lunes, 2 de junio de 2008

Ricardo Garabito - Una Retrospectiva, en Megafón Nro.1




Jamás habría que olvidar que el arte destruye, pero a la vez reconstruye, la capacidad de los símbolos: aquella forma inútil de disfrazar nuestra percepción; la vanidad del hombre que se adueña incluso hasta de lo infinito.
Y frente a esta triste pero indispensable verdad, encontramos aquél otro componente, casi místico e indescifrable, tan profundo como la imaginación: la voluntad.
Articular ambos fenómenos, será la única oportunidad que tendremos, si es que acaso deseamos abordar hacia la obra de Ricardo Garabito. Porque sería injusto catalogar algo tan impenetrable con unas simples palabras; con un breve artículo que, por lo mucho que se esmere, caerá en el simple error de describir lo ilusorio.
Comprendiendo esto, que brota casi con la fuerza de un axioma, le pido al lector que sea capaz de otorgarme un espacio de esa mirada (su mirada), una sola expresión, la posibilidad de utilizar un símbolo que permita explicarme. Siento y sentí -fielmente ahora incluso que recuerdo- que la extensión ó figura que predominó en mí durante la visita a la muestra de Garabito fue la intimidad. Arriesgo aseverar que lo más interesante de este artista es la mirada con la cual nos expone figuras y cuerpos: en ella confluyen lo más íntimo y personal de la realidad con la que él convive. Verbigracia, Cecilia 3 -uno de sus trabajos más interesantes- Los Rojas y Pedro y Pedro, entre otros, reúnen un arquetipo de la mirada fantástica con la que trata a sus personajes "que son uno y muchos de ellos". El horror, que es quizás el mejor sinónimo de humanidad, hace que la obra de Garabito pueda circunscribirse a lo humorístico, llegando incluso a lo malvado. Quizás sea su simple modo de concebir las cosas, por lo que estaríamos expuestos a corregir lo antedicho, para advertir mejor el atributo de la sinceridad. De allí que no resulte curioso que en sus naturalezas encontremos lo más bello y poético de toda su obra.
Su mirada, muchas veces ingenua, se disuelve frente a nuestros ojos, para transformarse después en una de nuestras condiciones: la intimidad pasa a ser nuestra.
La exposición, que reúne muchos de los trabajos de la vasta obra de Garabito, nos también invita a conocer muchas de sus esculturas, que lamentablemente caen en la reducción de lo grotesco: formas múltiples del aparato reproductor masculino, con colores que ofrecen lo vivo después de muerto.

Sabemos tan sólo que cambiamos, incesantemente, y que muchas veces el encuentro con una obra de arte, y también la posibilidad de su recuerdo, renuevan nuestra experiencia: la pintura de Ricardo Garabito nos permite traspasar el vínculo de lo real a lo fantástico, de lo verosímil a lo imposible, de lo finito a lo infinito. Esperemos que el tiempo renueve la lectura de su valiosa obra.
Y es que invitamos al lector a lo impenetrable, que, como afirma Plotino, nada lo es, nada es opaco y la luz encuentra la luz. Aseguro que nadie caminará allí como un extranjero.



Juan Arabia

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