lunes, 25 de agosto de 2008

Autores Memorables - William Blake, en Megafón nro.2


Selección de El matrimonio del cielo y el infierno



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VISIÓN MEMORABLE
Un ángel vino a mí y dijo: "¡Oh, joven necio,
digno de lástima! ¡Horrible, espantable estado el
tuyo! Piensa en el calabozo abrasador que te
preparas por toda la eternidad y a donde te lleva el
camino que sigues.”
Yo dije:. "Tal vez podrías mostrarme mi lugar
eterno. Juntos lo contemplaremos hasta ver qué sitio
es más deseable: el tuyo o el mío.
Entonces me llevó a través de un retablo, a
través de una iglesia y, después, hacia abajo, a la
cripta de la iglesia en cuyo extremo había un molino.
Entramos en el molino y llegamos a una caverna. A
tientas seguimos nuestro tedioso trayecto, bajo la
tempestuosa caverna hasta llegar a un espacio vacío
que apareció sobre nosotros como un cielo;
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agarrándonos las raíces de los árboles logramos
colgarnos dominando esta inmensidad.
Entonces dije: "Si quieres, nos abandonaremos a
este vacío para ver si también en él está la
Providencia. Si tú no quieres, yo sí quiero.”
Mas él respondió: "Joven presuntuoso, ¿no te
basta contemplar tu lugar estando aquí? Cuando
cese la oscuridad, aparecerá.”
Permanecí entonces, cerca del Ángel, sentado en
los enlaces de las raíces de un roble, y el Ángel
quedó suspendido en un Bongo que colgaba su
cabeza sobre el abismo.
Poco a poco, la profundidad infinita tornóse
distinta, rojiza como el humo de una ciudad
incendiada. Sobre nosotros, a una distancia inmensa,
el sol negro y brillante. En torno al sol huellas de
fuego; y sobre las huellas caminaban arañas
enormes, arrastrándose hacia sus víctimas que
volaban o, más bien, nadaban en la profundidad
infinita, en forma de animales horribles, salidos de la
corrupción; y el espacio estaba lleno y parecía por
ellos orinado. Son los demonios, llamados Potencias
del aire.
Pregunté a mi compañero cuál era mi lugar
eterno. Y dijo: "Entre las negras y blancas.”
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Pero en ese momento, entre las arañas negras y
blancas una nube de fuego estalló rodando a través
del abismo, ennegreciendo todo lo que encontraba
bajo ella al punto que el abismo inferior quedó
negro como un mar y se estremeció con un ruido
espantoso.
Nada se podía ver debajo de nosotros, sino una
negra tempestad hasta que, mirando hacia el
Oriente, entre las nubes y las olas, vimos una
cascada en medio de sangre y fuego y, distante de
nosotros sólo unos tiros de piedra, apareció
nuevamente el repliegue escamoso de una serpiente
monstruosa. Por último, hacia el Oriente, cerca de
tres grados distante, apareció, sobre las olas, una
cresta inflamada; se elevó lentamente como una
cima rocosa, y vimos dos globos de fuego carmesí, y
el mar se escapaba de ellos en nubes de humo.
Comprendimos que aquello era la cabeza de
Leviathan: la frente surcada de estrías de color verde
y púrpura como las de la frente del tigre; de pronto,
vimos sus fauces, y sus branquias rojas colgaban
sobre la espuma enfurecida tiñendo el negro abismo
con rayos de sangre, avanzando hacia nosotros con
la fuerza de una existencia espiritual.
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El Ángel mi amigo escaló su sitio en el molino.
Quedó solo. La aparición dejó de serlo. Y me
encontré sentado en una deliciosa terraza, al borde
de un río, al claro de luna, oyendo cantar a un arpista
que se acompañaba con su instrumento. Y el tema
de su canción era: "El hombre que no cambia de
opinión es como el agua estancada: engendra los
reptiles del espíritu.”
En seguida, me puse en pie y partí en busca del
molino donde encontré a mi Ángel que,
sorprendido, me preguntó cómo había logrado
escapar.
Respondí: "Todo lo que vimos juntos procedía
de tu metafísica; después de tu fuga, me hallé en una
terraza oyendo a un arpista, al claro de luna. Mas
ahora que hemos visto mi lugar eterno, ¿puedo
enseñarte el tuyo?”
Mi proposición le hizo reír; mas yo, de pronto, le
estreché en mis brazos y volé a través de la noche de
Occidente y, así, nos elevamos sobre la sombra de la
tierra; con él, me lancé derecho al cuerpo del sol, allí
me vestí de blanco y, tomando los libros de
Swedenborg, abandoné esta región gloriosa y,
dejando atrás los demás planetas, llegamos a
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Saturno. Allí me detuve a fin de reposar. En seguida,
me lancé al vacío, entre Saturno y las estrellas fijas.
Le dije: "He aquí tu lugar en este espacio, si así
puede llamarse.”
Súbitamente, vimos el establo y la iglesia y lo
llevé al altar y abrí la Biblia, y he aquí mi pozo
profundo al que descendía llevando al Ángel delante
de mí. De pronto, vimos siete casas de ladrillo y
entramos en una. Había en ella un gran número de
monos, cinocéfalos, y todos los de su especie
encadenados por la mitad de sus cuerpos
gesticulando y mordiéndose los unos a los otros,
más impedidos por lo corto de sus cadenas. Sin
embargo, me pareció que algunas veces su número
aumentaba, y que los fuertes devoraban a los débiles
y que, gesticulando siempre, primero copulaban con
ellos para devorarlos después, arrancando un
miembro primero y después otro, hasta que no
quedaba sino un miserable tronco que besaban
haciendo muecas de ternura para devorarlo al fin. Y
aquí y allá, vi a algunos saboreando la carne de su
propia cola. El mal olor nos incomodaba
horriblemente.
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Entramos al molino. Mi mano atrajo el esqueleto
de un cuerpo que fue, en el molino, los Analíticos de
Aristóteles.
El Ángel me dijo: "Tu fantasía se ha impuesto a
mí; esto, debería ruborizarte.”
Respondí: "Cada uno impone al otro su fantasía,
y es tiempo perdido conversar contigo que no has
producido sino Analíticos.”
Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen
la vanidad de hablar de sí mismos como si sólo ellos
fueran sabios; lo hacen con una confianza insolente
que nace del razonamiento sistemático.
Así Swedenborg se envanece de que cuanto
escribe es nuevo, aunque sólo es un índice o un
catálogo de libros publicados antes.
Un hombre lleva un mono a una fiesta y porque
era un poco más sabio que el mono se infló de
vanidad y se consideró mas sabio que siete hombres.
Así es el caso de Swedenborg que muestra la
locura de las iglesias y quita la máscara a los
hipócritas e imagina que todos los hombres son
religiosos y que él es el único hombre en la tierra que
rompió las mallas de la red.
Ahora, oíd el hecho tal como es: Swedenborg no
ha escrito una sola verdad nueva.

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